El amor verdadero no es un sentimiento pasajero ni una emoción momentánea; es una fuerza que impulsa al creyente a actuar, a servir, a perseverar. La Biblia nos enseña que el amor es más que palabras: es una obra continua, un esfuerzo constante que refleja el corazón de Cristo en nosotros. El apóstol Pablo escribió a los tesalonicenses, reconociendo su fe y su entrega:
“Al orar a nuestro Dios y Padre por ustedes, pensamos en el fie trabajo que hacen, las acciones de amor que realizan y la constante esperanza que tienen a causa de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 1:3)
El amor que proviene de Dios trabaja. No se queda quieto. Nos mueve a perdonar cuando duele, a servir cuando estamos cansados y a mantenernos firmes cuando las circunstancias son difíciles. Cada acto de servicio, cada oración por otro, cada gesto de compasión es parte de ese “trabajo del amor” que agrada al Señor. Amar cuesta, pero ese esfuerzo no es en vano. Dios ve el sacrificio de quienes aman sinceramente y promete recompensar su fidelidad.
El amor no busca lo suyo, no compite, no se enaltece, al contrario, se manifiesta en humildad y entrega. Así lo describe el apóstol Pablo:
“El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia, el amor no es celoso, ni fanfarrón ni orgulloso… Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Corintios 13:4,7)
Este tipo de amor —el que trabaja, el que soporta y persevera— debe también reflejarse en la forma en que honramos a quienes Dios ha puesto sobre nosotros para guiarnos espiritualmente: nuestros pastores. Ellos también viven ese trabajo del amor diariamente. Velan por las almas, interceden, enseñan, aconsejan y se desgastan por el bienestar espiritual del rebaño que Dios les ha confiado.
La Biblia nos enseña claramente que debemos honrar a quienes sirven en la obra del Señor.
No se trata de idolatría ni de adulación, sino de reconocimiento y gratitud.
“Los ancianos que cumplen bien su función deberían ser respetados y bien remunerados, en particular los que trabajan con esmero tanto en la predicación como en la enseñanza.” (1 Timoteo 5:17)
Honrar a nuestros pastores es una forma de amar. Es entender que su tarea no es sencilla, que muchas veces cargan en silencio las luchas del pueblo, orando por aquellos que quizás nunca saben cuánto interceden por ellos. Es reconocer que su trabajo también es un “trabajo del amor”, una entrega constante que merece apoyo, respeto y gratitud.
“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.” (Hebreos 13:17)
Qué hermoso es cuando una iglesia ama y honra a sus pastores, no solo con palabras, sino con hechos. Una comunidad así refleja el corazón de Cristo. La honra trae gozo y unidad, fortalece el liderazgo y abre las puertas de la bendición. Porque donde hay amor y honra, el Espíritu Santo se mueve con libertad.
“Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” (Romanos 12:10)
Amar y honrar son dos caras de una misma moneda espiritual. No podemos decir que amamos si no honramos, ni que honramos si no amamos. El amor verdadero se manifiesta en respeto, reconocimiento y servicio mutuo.
Por eso, en este tiempo, recordemos que el amor cristiano no se mide solo en palabras bonitas, sino en acciones concretas que edifican el cuerpo de Cristo. Trabajemos en el amor, perseveremos en el servicio y vivamos en honra. Y especialmente, honremos a aquellos que han sido llamados por Dios para guiarnos, corregirnos y edificarnos en la fe.
Que el Señor nos ayude a mantener ese espíritu de amor activo, que trabaja sin cansarse y que honra con sinceridad. Porque cuando amamos y honramos, Dios es glorificado y Su iglesia es fortalecida.
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.” (Gálatas 6:9)
Con mucho cariño
Pablo García y Shirley Cubillo
Ancianos del Centro Cristiano de Grecia.