Es curioso cómo en ciertas etapas de la vida se presentan circunstancias que parecieran que empeoran conforme avanzan los días o se van moviendo los eventos. Caso muy interesante que sucede en los hogares es que cuando se daña un electrodoméstico detrás de este se viene el daño de otros, e inclusive un familiar se enferma, etc; son una serie de “rachas” que nadie espera que sucedan y ahí es cuando desesperamos y nos quejamos.
Muchos dicen que esto se debe a la famosa “Ley de Morphy”, pero sabemos que los hijos de Dios no vivimos bajo esa popular ley, por el contrario, nos encontramos bajo la cobertura de la gracia y cuidado de nuestro Padre y que Él dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman (Rom. 8:28).
Una nueva vida en Cristo también tiene sus momentos de subidas y bajadas que nos hacen dudar de la seguridad de nuestra decisión de seguirle y obedecerle. He llegado a oír expresiones, incluso las he dicho, como: “apenas conocí al Señor y empecé a ir a la iglesia, todo me ha salido mal” o “¿por qué al malo le va bien y a mí me va como un “quebrado” si estoy buscando de Dios?”; estos pensamientos nos confunden y nos vemos tentados a desistir y volver a Egipto, pues al igual que Israel, en las tantas veces que se vio incomodado en el desierto, nos dejamos decir: (…) ¿Para qué nos sacaste de Egipto? (Ex. 14:11) y finalmente renegamos contra Dios, contra la iglesia, contra la familia y contra las circunstancias que se desarrollan a nuestro alrededor.
En Éxodo 5, hallamos la frustración de Moisés en su misión y del cómo se desarrollaban los acontecimientos luego de su primera visita al Faraón, y aunque el Señor ya le había advertido a Moisés que el proceso de liberación de Israel no iba a ser fácil, porque endurecería el corazón del Faraón, Moisés no dimensionó las consecuencias de su visita y del mensaje que entregaba.
Moisés se volvió al Señor y le dijo: – ¡Ay, Señor! ¿Por qué tratas tan mal a este pueblo? ¿Para esto me enviaste? Desde que me presenté ante el Faraón y le hablé en tu nombre, no ha hecho más que maltratar a este pueblo, que es tu pueblo. ¡Y tú no has hecho nada para librarlo! (Ex. 5:22-23, NVI)
En realidad, las cosas iban a ir de mal en peor, ya que en la medida que Moisés insistiera con el mensaje y continuara obedeciendo al mandato de Dios, todo le iba a ir cuesta arriba; vendrían las plagas, las burlas y los reproches, tanto de Israel como de Egipto, era una responsabilidad muy pesada la que debía asumir Moisés.
Ciertamente el seguir a Cristo y mantenerse fiel no es sencillo, Él mismo nos lo advirtió (Juan 16:33), es particularmente complicado, porque no solo debemos lidiar con nuestra propia carne, sino también con la presión y burla social y familiar ante nuestra bendita y persistente decisión de mantenernos firmes hasta el final.
En medio de la espesura del ambiente, todo nos parece que se va acumulando y no hay descanso entre cada momento, tanto así, que nos vamos desgastando en un intento tras otro. En ese momento de terrible oscuridad, clamamos, tal como Moisés clamó al Señor porque no podía recordar Sus palabras, ni mirar lo que se aproximaba para todo Israel, que era una liberación sin precedentes, la manifestación del poder de Dios en todo su esplendor y gloria.
Ahí mismo, en ese clamor de desesperanza, Dios nos responde tal como le respondió a Moisés, recordándole que solo por Su mano de poder trataría con el Faraón; justo en ese instante, Él nos aclara el pensamiento y nos brinda una promesa maravillosa, una promesa que se cumplirá, aunque todo esté en contra, porque Él es fiel.
Aferrémonos a que Jehová es nuestro pastor y que nada nos falta; que en verdes pastos nos hace descansar y que junto a tranquilas aguas nos conduce, que nos infunde nuevas fuerzas y nos guía por sendas de justicia por amor a Su nombre (Salm 23:1-3). Tengamos confianza y estimemos las palabras inspiradas del apóstol Pablo “Así, aunque llenos de problemas, no estamos sin salida; tenemos preocupaciones, pero no desesperamos. Nos persiguen, pero no estamos abandonados; nos derriban, pero no nos destruyen” (2 Corintios 4:8-9, DHH)
Con cariño y gratitud
Alba Lara
Ministerio de Mujeres