Hay un tema que el Señor ha estado trabajando por mucho tiempo en mi vida y del cual he tenido que aprender bastante y aún debo hacerlo más. En esta oportunidad quisiera compartir con ustedes parte de lo que Dios ha enseñado a mi vida sobre Su amor y cómo este nunca cambia.
En algún punto de mi adolescencia no podía comprender cómo Dios me amaba tanto y, por ende, cuestionaba que Su amor hubiese estado presente a lo largo de todos los años que había vivido hasta ese momento, incluso llegué a preguntarle “¿Si usted siempre estuvo presente entonces por qué tuve que vivir esta situación?”, “¿Por qué si usted siempre me ha amado, ha habido situaciones donde siento que usted se ausentó y tuve que “resolverlas” sola?”.
Puede que a usted hoy también, las preguntas que yo le hice al Señor, le resulten graciosas, o incluso, podría hasta identificarse con alguna. Para mí, en su momento fueron preguntas reales hasta que un día Dios me mostró cómo Él siempre estuvo presente en cada situación que viví y me llevó a entender que, si Él y Su amor no hubiesen estado presentes, entonces todas esas situaciones por las que yo reclamaba habrían sido infinitamente peores.
Desde ese día, no cuestioné que Él me hubiese amado aún antes de mi nacimiento, la Palabra también me lo enseñaba:
“Hace tiempo el Señor le dijo a Israel:
Yo te he amado, pueblo mío, con un amor eterno.
Con amor inagotable te acerqué a mí.” Jeremías 31:3
Pero entonces empecé a creer que yo debía hacer algo para “ganar” aún más ese amor, y debido a eso, cada vez que cometía un fallo, luchaba fuertemente con la idea de que el Señor ya no amaba mi vida, ¿parece ilógico verdad? Si en algún momento el Señor me mostró cómo Él siempre me había amado, aun cuando yo no había hecho nada para merecerlo, ¿por qué ahora intentaba “ganar” ese amor? Entonces a través de muchos procesos, Dios me ha ido enseñando que Su amor por mí no depende de lo que yo haga para ganarlo o merecerlo, Su amor por mí depende únicamente de que Él es amor y Su naturaleza es amarme, así de perfecto e inmerecido es Su amor.
“En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.”
1 Juan 4:10
Nosotros no merecíamos que Jesús viniera y derramara hasta la última gota de sangre que tenía en su cuerpo en pos de salvarnos, o que recibiera todas las humillaciones y heridas que recibió a causa suya y mía. Lo único que lo motivó a hacerlo fue Su amor por usted y por mí, el cual no “ganamos” al hacer algo, solamente lo recibimos por gracia.
Hace unos días pasaba por el capítulo 39 de Génesis, donde cuenta la historia de José en casa de Potifar cuando es llevado a la cárcel. Cuando leemos la historia, podemos pensar que es injusto que Dios permitiera que José fuese encarcelado debido a las mentiras de la esposa de Potifar. Sin embargo, en el verso 21 se da una respuesta hermosa:
“Pero el Señor estaba con José en la cárcel y le mostró su fiel amor. El Señor hizo que José fuera el preferido del encargado de la cárcel.”
Génesis 39:21
De este versículo me llamaron la atención varias cosas:
- El Señor estaba con José en todo ese tiempo, nunca lo dejó ni lo abandonó. Es decir que, aunque la situación de José era difícil y quizás el mismo José podía no entenderlo, el Señor se mantuvo ahí. ¡Cuánta paz trae a nuestras vidas el solo hecho de saber que Dios está con nosotros! ¿verdad?
- Dios no solo estuvo con José sino, que le mostró, le evidenció su fiel amor. Dios tuvo detalles con José para hacerle saber que Él estaba ahí y que lo amaba.
El pasaje nos da una cualidad de Su amor y es que es fiel, es decir, que no me va a fallar ni a abandonar, su amor permanece para con usted y conmigo. A veces creemos que hemos corrido muy lejos de Su amor y que ya “agotamos” ese amor por nosotros, pero no es así, podemos intentar alejarnos y escondernos, pero, así como no hicimos nada para ganar Su amor. no podemos hacer algo para perderlo, Su amor es eterno e inmerecido, lo recibimos por gracia y nos extiende sus infinitas misericordias.
Eso no nos hace exentos de dificultades o dolor, y mucho menos de corrección, pues Dios a quien ama, corrige, pero sí nos da la esperanza de que nunca dejará de amarnos.
“Den gracias al Señor, porque él es bueno,
porque su amor es eterno.
Den gracias al Dios de dioses,
porque su amor es eterno.
Den gracias al Señor de señores,
porque su amor es eterno.”
Salmos 136:1-3
Con amor,
Daniela Jiménez Ávila
Ministerio de Jóvenes